En la llamada del libro
Estaba tu letra adolescente
Esa de caracteres redondeados
Y pulso verde.
Rememoré tus ojos armenios
Grandes avellanas de luz entre follajes,
Y la sonrisa, por supuesto,
Adjetiva en sí misma,
Y tu nombre de diosa griega
Toda esa fuerza ancestral
Frente a mi indefensa melancolía porteña
O portuaria.
La memoria me alcanzó
Trozos de tardes
Como náufragos,
Palabras destruidas
En la tierra de mi persona
Brotando como costumbres o creencias
Sin asidero.
Las calles de Caballito
Me parecieron largas cintas de seda
Transitadas por el amarillo Peugeot
Hacia los versos de Machado,
Las secretas confesiones en El Cóndor,
La música imperdonable de Vivaldi,
La sangre en las calles,
En nuestro corazón
El fuego.
La memoria me arrebató
El instante para siempre
Y sepultados paraísos
Se derramaron sobre la mesa
Desierta
Como bulbos de invierno.
La desabrida calma de la supervivencia
Fue envidiando tus jóvenes años
Envueltos en la sentina de la muerte
Quién sabe hacia qué orillas.
Y comprendí.
La vida no es el tiempo.
Cuántas voces, Marita! Yo recuerdo tu risa y tu mirada cómplice cuando en la clase alguien hablaba de Dios o de la iglesia, o -peor!!- de los ateos… y vos te dabas vuelta con ojos de loca y nosotras sabíamos de qué estabas hablando.
Sabés? Tengo todas tus cartas. Todas, incluso la primera, la que me escribiste una vez que discutimos. Te acordás?
Qué ganas de verte, amiga lejana.
Nora